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Complementaciones al NTC ... blog sobre Julio Flórez,
Julio Flórez, su coronación. Poeta Nacional. Enero 14, 1923, Usiacurí (Atlantico, Colombia).
http://julio-florez-ntc.blogspot.com/2013_01_14_archive.html
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El reino de Julio Flórez
El Tiempo, Enero 16, 2013
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Julio Flórez, el último poeta maldito
Por Ricardo Silva Romero
El Tiempo .com , Enero 15, 2013
Julio
Flórez, el último poeta maldito
El escritor colombiano fue
coronado hace 90 años poeta nacional. A los 24 días falleció de cáncer.
Todo el país de 1923 sabía que
Julio Flórez estaba a punto de morir. Que ya no quedaban meses sino días si la
cuestión era hacerle saber, en vida, que él era de lejos el poeta más popular
de Colombia: que los versos lacerados que consiguió escribir desde los 7 años
hasta los 50, "cierro los ojos y entre mí te veo", "algo se
muere en mí todos los días", "todo nos llega tarde, ¡hasta la
muerte!", no solo le habían evitado quedarse sin excusas para seguir
viviendo, sino que habían sido leídos por miles y miles de lectores en una
nación profundamente conservadora en la que no era posible hallar un oficio más
atractivo ni más importante que el oficio del escritor. Flórez tenía que ser
coronado como "el gran poeta de la patria" -y no es una metáfora: la
idea, de comienzos del siglo XX, era en verdad ponerle una corona- antes de que
terminara de perder el pulso con una enfermedad maligna que ni siquiera los
brujos sabían curar.
Y, como el malestar le hacía
imposible emprender el viaje a Bogotá o a Barranquilla, no quedaba alternativa
aparte de llevarle la gloria a la pequeña esquina de la costa en la que se
refugiaba desde hacía quince años: el municipio sanador de Usiacurí.
Así fue. Hacia las nueve de la
mañana del domingo 14 de enero de 1923, a tan solo unos pasos de su casa en
Usiacurí ("una casa pajiza de campo, asentada en una roca y rodeada de
primorosos jardines", según escribió Eduardo Carranza), el taciturno Julio
Flórez fue coronado por el gobierno conservador de Pedro Nel Ospina como el
gran poeta nacional. Por cuenta de los peores padecimientos de su vejez, por culpa,
por ejemplo, de un mal que hoy sería llamado "cáncer de parótida",
Flórez no solo tenía desfigurada la cara sino que además no conseguía ya
pronunciar en paz ninguna frase. Sabía bien que a su lado, en el auditorio,
tenía a sus cinco hijos. Se daba cuenta de que su esposa, Petrona Moreno,
estaba junto a él mientras se sucedían las declamaciones en su honor. Pero
también tenía claro que ni siquiera iba a ser capaz de decirles a sus
seguidores la palabra "gracias". Y que de alguna manera tendría que
comunicarse.
La gigantesca celebración fue,
en verdad, el recibimiento de un héroe. Desde las seis de la mañana se
reunieron en El Prado, en Barranquilla, los eufóricos delegados del gobierno
nacional que asistieron al acto de coronación. El general Eparquio González,
gobernador del Atlántico, comandó una larga caravana hacia Usiacurí que el
corresponsal de EL TIEMPO describió como "un negro cordón" de 150
vehículos imponentes. Durante la procesión, que bajó por la carretera
occidental como una pequeña marcha fúnebre, pero llegó como un victorioso
desfile militar, los funcionarios fueron encontrándose con un pueblo que había
estado esperando aquella oportunidad para aclamar a su poeta. En la vía de
Galapa a Baranoa, que se esperaba desierta, una multitud delirante vestida de
blanco y a la sombra de los sombreros de iraca lanzaba flores y agitaba la
bandera de Colombia.
Y en las calles estrechas de
Usiacurí, que antes de la ceremonia no era más ni era menos que el remoto lugar
al que iban los viajeros enfermos en busca de los pozos curativos de aguas
sulfídicas, la población en pleno coreaba el himno nacional sobre la sentida
interpretación de la banda municipal.
Vino un silencio pendiente de
la escena. El gobernador González apareció en la tribuna como un actor consciente
de que tenía que crear cierto suspenso. Descendió. Y apenas puso la corona en
la cabeza inclinada de Flórez, que no perdía de vista a su familia, llegó un
estallido hecho de "gloria inmarcesible" y "júbilo
inmortal". Siguió, en el orden del día, que las delegaciones subieran al
escenario a presentarle al poeta sus propias coronas de laureles, que tres
escritores ilustres de la región declamaran sus homenajes y que doña Toña
Vengoechea le entregara al hombre festejado un crucifijo mientras los usiacureños
de todas las clases sociales hacían fila para firmar el álbum en el que sería
guardado el recuerdo.
Flórez -dice EL TIEMPO-
"agradeció en elocuente silencio la manifestación de que era objeto".
Y lo cierto es que el poeta coronado era un viejo mudo y feliz con la cara
vuelta una mueca. Y que el destino, que tiende a la ironía, le había concedido
un rarísimo clímax -ser un escritor romántico y liberal encumbrado en plena
hegemonía conservadora- que parecía corresponder al drama de otra vida. Pero quería
dar las gracias.
Julio Flórez nació en
Chiquinquirá el miércoles 22 de mayo de 1867. Su madre, Dolores Roa, era una
activista conservadora. Su padre, el médico liberal Policarpo María Flórez, fue
presidente del Estado Soberano de Boyacá, rector del rigurosamente católico
Colegio Oficial de Vélez y representante a la Cámara por su departamento,
mientras él se iba convirtiendo en un muchacho que no tenía el temperamento
para terminar sus estudios de literatura en el Colegio del Rosario en Bogotá,
pero que en cambio llevaba adentro la necesidad de escribir versos que le
dieran la paz que no le daba la vida. A los 7 años, impaciente, empezó a
escribir. Y desde los 15 fue metiéndose en los lugares sombríos en los que se
pasaban la vida los poetas románticos.
Fue el 22 de junio de 1883
cuando puso a la venta su primer libro de poemas: Horas. Y fue por ese entonces
también cuando fue silbado desde gallinero -por "¡los miserables!",
dijo el poeta Caro- porque recitó una oda a Víctor Hugo con su entonación suave
y su manoteo delicado. Al año siguiente, cuando a los 17 declamó en el entierro
del poeta suicida Candelario Obeso, a la pequeña Bogotá de ese entonces le
quedó claro que había aparecido en sus calles amedrentadas un hombre del pueblo
que iba a cantar por todo lo que todos estaban sintiendo. Ciertos intelectuales
de la época, precursores de los críticos que a mediados del siglo XX se reirían
de sus sentidos e improvisados versos a la patria y a la madre y a la muerte,
consideraban su obra un adefesio. Pero los bogotanos siempre sintieron que la
de él era su voz.
El lunes 25 de mayo de 1896,
cuando despidió a su amigo José Asunción Silva, a punta de sonetos, en el
cementerio de los suicidas, el pálido Flórez era ya reconocido en todo el país
como un poeta liberal que no había callado su voz del pueblo a cambio de uno de
los puestos que los conservadores le habían ofrecido. Los hombres, que iban a
sus recitales a asentir, lo saludaban en la calle como si solo él comprendiera
su dolor. Las mujeres, que se morían de la emoción cuando lo veían
interpretando el tiple y el violín, se sonrojaban en su presencia porque no
existía ningún otro escritor en Colombia que consiguiera rimar sus amores de
semejante manera. Todo el mundo lo señalaba. Ahí iba la celebridad que en 1900
reuniría a los poetas en aquella tertulia de la resistencia: la Gruta
Simbólica.
Todo en él era negro: el
sombrero flojo, el gabán, el pelo ondulado, los bigotes levantados y los ojos.
Tenía vida de poeta maldito. Cantaba sus orgías, recitaba sus vicios y llevaba
a cabo ceremonias de medianoche en los camposantos. Fue por todo eso por lo que
-tal como dice su biógrafa Gloria Serpa-Flórez- "fue señalado como
sacrílego, blasfemo y apóstata". Y en 1905 tuvo que emprender un exilio de
cuatro años que lo llevó de Caracas a Barcelona, lo convirtió por el camino en
una estrella de fama iberoamericana, lo obligó a aceptar un cargo en la
embajada de España durante el gobierno conservador del general Reyes, y, a
fuerza de mezquindades en su contra, lo llevó a sacar la peor de las
conclusiones: una honda decepción que poco a poco fue menoscabando su cuerpo.
Volvió a Colombia en 1909
porque no tenía a dónde más volver. Dio un par de apoteósicos recitales en
Bogotá, que pudieron ser la cumbre de su vida. Pero luego se retiró a ese
extraño balneario de la costa, a Usiacurí, en donde se enamoró perdidamente de
una Petrona de solo 14 años a la que siempre le fue fiel, tuvo cinco hijos a
los que adoró y se dedicó a explotar una finquita que sus colegas miraron de
reojo "por burguesa". De vez en cuando escribió. De vez en cuando
rompió su silencio tan feliz. De resto fue irreconocible: un hombre de familia,
conservador y vestido de blanco, más parecido a su madre que a su padre, que
contrajo matrimonio por lo católico para que sus hijos bautizados pudieran ser
sus herederos legítimos.
Ese hombre viejo y enfermo fue
coronado el domingo 14 de enero de 1923, en Usiacurí, como el gran poeta
nacional. En apenas 24 días, moriría con la esperanza de que su funeral se
redujera a quince minutos de silencio. En apenas unas décadas, sería olvidado a
propósito por los antologistas. Pero ese domingo un pueblo entero repetía sus
versos más famosos y agitaba la bandera de Colombia y volvía a cantar el himno
para que él alcanzara a morir reivindicado. Él no podía hablar: desde hacía
mucho tiempo que lo suyo era callarse. Y sin embargo, cuando por fin le llegó
su turno en aquella ceremonia de homenaje, tocó el violín en vez de dar las
gracias.
Ricardo Silva Romero
Especial para EL TIEMPO
Sugerimos leer comentarios, a Ene. 17, 2013, 6:21 am) a este texto en:
http://www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12517841.htmlSugerimos leer comentarios, a Ene. 17, 2013, 6:21 am) a este texto en:
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De: Gloria SerpaFlorezdeKolbe
Fecha: 17 de enero de 2013, 08:27
Asunto: Mi mensaje a Silva Romero
Para: NTC … ntcgra@gmail.com
Estimado NTC … :
Felicito a Ricardo Silva Romero por su artículo sobre el
poeta Julio Flórez. Me gusta escuchar los acentos juveniles de su voz y
constatar que las nuevas generaciones han logrado llegar a la clave de la
grandeza literaria y espiritual de este colombiano dotado del poder de
trascender las limitaciones de la palabra.
Creo que para el poeta, dondequiera que se encuentre, debe
ser reconfortante escucharlo, después de todos los escollos que le presentó su
diario batallar.
Interesante paso el que da Silva Romero cuando matricula a
Flórez bajo el rótulo afrancesado de "poeta maldito". Yo muchas veces
quise hacerlo pero me retuve pensando que podría traer consecuencias
insospechadas sobre la imagen del poeta...
Sin embargo, las nuevas generaciones de críticos nos dan
ejemplo de arrojo y valentía.
Muy bien, Ricardo, ¡lo tendré en cuenta!
Gloria Serpa-Flórez de Kolbe
Biógrafa de Julio Flórez
Biógrafa de Julio Flórez
Publicado por NTC ... en:
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