jueves, 10 de enero de 2013

Oro y Ébano. Julio Flórez. Editorial A B C, Bogotá, 1943. Prólogo de Rafael Maya.

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Publica y difunde NTC … Nos Topamos Con 
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 Complementaciones al blog de Julio Flórez, 
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Oro y Ébano 
Julio Flórez  
Editorial A B C, Bogotá,  1943 
Prólogo de Rafael Maya.

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138 páginas. 12.5 x 17.5 x 1.2 cms. Cuadernillos cosidos.
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Tomado del ejemplar Original de la biblioteca personal del poeta Gerardo Orjuela Betancourthttp://www.facebook.com/carlosgerardo.orjuelabetancourt
NTC ... le agradece su colaboración, al proporcionarnos el libro, lo cual permite esta publicación.

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CONTENIDO


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PRÓLOGO

Por RAFAEL MAYA
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Un compromiso con la señorita hija de Julio Flórez  -anti-
gua alumna mía de literatura, y hoy competentísima institu-
tora- me induce a escribir estas líneas sobre el gran román-
tico colombiano, no obstante hallarme plenamente convenci-
do de que, tratándose de Flórez, sobran prólogos y pórticos
literarios. El autor de La Araña sigue siendo de los poetas que
se bastan a sí mismos. Al contrario: quien pretenda ponerse
delante de él, a título de vocero o heráldico, incurre en una
especie de irrespeto hacia el gran público que siempre ha man-
tenido contacto directo con el espíritu del poeta, a quien com--
prende y ama sin necesidad de intérpretes o de intermediarios
espirituales.
Tal es el hecho. Julio Flórez no ha perdido nada de su po-
pularidad, tratándose de la gran masa social que, en lo fun-
damentol de sus efectos y emociones, es la misma que lo aplau-
día en vida, que repetía sus canciones e indagaba, con amo-
rosa curiosidad, los más íntimos detalles de la vida del poeta.
Nuestro pueblo continúa siendo tan sentimental como hace
cincuenta años -época de la Gruta Simbólica- por más que
en lo aparente y exterior de su existencia social parezca haber
V

evolucionado hacia formas más prosaicas y actuales de sensi-
bilidad. En el fondo no ocurre eso, y mal podría ocurrir en tan
corto término, sabiendo que la mentalidad de un país no se
transforma, en lo radical, sino en espacios dilatados de tiem-
po. Lo demás suelen ser formas de adaptación que afectan lo
más íntimo y entrañable de la sicología colectiva.
Pero si la actitud del pueblo es, más o menos, la misma de
hace unos cuantos años con respecto a Flórez, no así la de los
grupos intelectuales o la de las minorías ilustrados. Para las
personas cultas, o para las que presumen de tales, Flórez se
ha desvalorizado casi por completo, y ello implica una notoria
injusticia, como veremos luego. No ocurría esto con los gran-
des escritores contemporáneos del poeta, ni aun con los que
se hallaban más distantes, estéticamente, de la manera lite-
raria de Flórez. Recuérdese que Valencia, en los propios días
de su cesarismo intelectual, tributaba público homenaje de ad-
miración al gran romántico, dedicándole su hermosa y poco
comentada poesía Los Crucificados, de tan hondo simbolismo,
y aludiendo a él directamente, en términos de esotérica elegan-
cia: "Muy negras son tus canas -¡oh trágico sombrío!" Y no
está por demás recordar a los lectores el concepto que enton-
ces emitió un sabio de tan exquisito gusto literario como don
Rufino José Cuervo: "El Año Armónico me ha recordado las fi-
ligranas incomparables del Nalporgis clásico del segundo Faus-
to
; el Rey Febo tiene un no sé qué de la solemnidad con que
Lucrecio invoca a Venus al principio de su poema; La Araña
hace pensar en El Cuervo de Poe; sin que haya en ninguna
imitación y acaso ni sugestión." Así se refería Cuervo a algu-
nas de las composiciones poéticas contenidas en el volumen
Fronda Lírica.
De modo que los contemporáneos de Flórez, aun los hom-
bres de alta prestancia intelectual, lo consideraron como a un
- VI -

gran poeta. Y conste que Flórez fue una especie de románti-
co retrasado, y que cuando apareció en la escena literaria de
Colombia, esta escuela había ya fenecido y pululaban las ten-
dencias modernistas, que eran la más explícita y violenta ne-
gación del canon romántico. Hay que tener en cuenta que
Flórez y Valencia fueron contemporáneos, y que las tendencias
estéticas que representaban se excluían reñidamente. El uno
era un tropical efusivo, desgreñado en la forma y demasiado
elemental en cuanto a los motivos de su canto, todos ellos de
procedencia popular. El otro encarnaba la mentalidad europea
de fines del siglo diez y nueve, y había incorporado a su idea-
rio literario los refinamientos del simbolismo y del parnasianis-
mo, que producían poemas como los de Baudelaire, henchidos
de exotismo, o como los de Malarmé, de significación hermé-
tica. Flórez era poeta instintivo y Valencia artista elaborado,
cuya producción obedecía a procesos intelectuales de rara com-
plicación. El uno acudía al pueblo en busca de inspiración, y
su poesía tenía algo de juglaresco, por eso mismo. El otro acu-
día a las leyendas doradas, a los museos de arqueología, a los
arcos triunfales, a las ruinas paganas, buscando la expresión
plástica de las edades o el suntuoso gesto de las culturas ago-
nizantes. Ningún punto de semejanza entre ambos poetas,
pues. Por otro lado, y en favor de Valencia, el ambiente espi-
ritual de un mundo en cuyo seno se estaba fraguando una sus-
tancial renovación de valores, un nuevo sentido de la vida,
una especie de eretismo intelectual que exaltaba hasta el de-
lirio las potencias del alma e inventaba, a la sazón, formas
extremas de arte que rayaban en el delirio estético. Por ejem-
plo: la lírica dannunciana, el monstruoso cerebralismo de Rim-
baud, la satánica perversión de Richepin, el exotismo de Jean
Lorrain, la mística sensualista de Verlaine, etc. Flórez, en me-
dio de los reflejos que lanzaban sobre el Bogotá de esos días
- VII -

tales estéticos y tales credos literarios, cpcrecío como uno fi-
gura retrasada, con su garbo romántico, su escaso cultura in-
telectual y sus amados lugareños, que parecían estampas de
almanaque provinciano al lado de las heroicas, fastuosas o ex-
tenuadas, que puso de moda todo aquella literatura. Y sin em-
bargo, se le acataba, se le amaba, se le admiraba; ¿por qué?
Es que por encima de los tendencias parciales de las escue-
las que en esos días se disputaban la atención del mundo, re-
presentaba Flórez una fuerza poética evidente, acaso fuera
de su tiempo y de su hora, pero no por eso menos avasalla-
dora y auténtica. Una fuerza en ocasiones genial, que si no-
cuadraba dentro de ciertos preceptos modernistas que eran el
imperativo del momento, correspondía perfectamente a lo men-
talidad media de su pueblo y expresaba sin complicaciones la,
confusa psicología de un país pobre e idealista, con militares
poetas, gramáticas presidentes y revolucionarios piadosos. To-
dos veían en Flórez a una especie de iluminado y de profeta,
que sabía decir salvajemente sus amores y que cantaba con
abundancia tropical cosas que estaban en el corazón de todo
el mundo, pero que nadie vertía de modo tan evidente e inme-
diato como aquel hombre de finos mostachos y de ojos incu-
rablemente tristes, que manejaba la retórica del dolor y de
la desesperación con insuperable precisión dramática.
Sin embargo, yo creo que esa temible misión de intérprete
de la mentalidad colectiva, casi siempre simplista, y más si se
trata de un pueblo tropical, perjudicó grandemente a Flórez, y
fue apartándolo de los núcleos verdaderamente cultos de la na-
ción, para reducirlo o lo categoría de trovero espontáneo, aun-
que glorioso. Y es natural. La obra más valiosa de Flórez, aque-
lla que está cifrada en cantos de legítima grandeza, relativa-
mente abundante dentro de su enorme producción, fue quedan-
do a la zaga de sus otros versos, los de fácil comprensión po-
- VIII -

pular, y por último se hundió en el olvido, o permaneció sepul-
tada en la memoria de unos cuantos admiradores conscientes.
En cambio, las canciones demasiado fáciles, las coplas insigni-
ficantes o las estrofa s falsamente sentimentales, se encarqaron
de llevar la representación espiritual del poeta por dondequie-
ra y de convertirse, a la postre, en la expresión verdadera de
su genio, y en una como síntesis de toda su obra. Y eso no es
así, como ya lo veremos.
Creo que el medio ambiente del Bogotá de entonces contri-
buyó, no poco, a tamaño desfiguración. Intelectualmente ha-
blando, ofrecía la ciudad dos aspectos bien diferentes. De un
lado existía cierto cenáculo exigente y aristocrático, claro es
que desde el punto de vista de la inteligencia, donde se co-
mentaban obras europeas recientemente llegadas a la ciudad,
se leían revistas ultramarinas redactadas en tres idiomas di-
versos y se comentaban las páginas de Barrés sobre el cultivo
del "Yo", o las exaltadas parábolas de Nietzsche, con su cul-
to del individualismo feroz y su absoluto menosprecio por toda
forma del gregarismo mental. Baste decir que de ese ambien-
te surgieron algunos de los más significativos poemas de Va-
lencia, como La Parábola del Monte, y sus celebérrimos tra-
ducciones de Hugo Van Hofmannsthal y Stefan George, para
las que Sanín Cano suministró su discreta intimidad con siete
lenguas vivas. De otra parte, funcionaba una asociación litera-
ria de menas campanillas intelectuales, sin poliglotos ni este-
tas, donde el ingenio, y los licores que solían estimularlo, eran
producto del más auténtico criollismo, todo ello en medio de
cierta bohemia cordial e improvisadora, que se ufanaba de los
mostachos de Soto Borda, así como de la voz sepulcral de ÁI-
varez Henao, o de la curiosa figura de Luis María Mora, que
invitaba a servir de modelo para una ilustración de las fábu-
las de Esopo. Ese era el medio intelectual favorito de, Flórez,
- IX-

y allí triunfaban su Boda negra, sus Flores negras, su Gran
tristesa
y otras poesías de la laya que después salían al públi-
co y eran reproducidas hasta la fatiga por periódicos, folletos,
y almanaques. Por otra parte, las admiradoras y favoritas del
gran romántico contribuían eficazmente a que éste se desli-
zase por el camino de las improvisaciones efectistas y fáciles,
ya que la única retribución que exigían del poeta en aquellas
doradas noches de fabuloso desinterés, era un buen acopio de
canciones propias para guitarra y serenata. Llegó, pues, un mo-
mento en que el público no conoció de Flórez otras cosas que
las tales canciones, y posiblemente el propio Flórez, estimula-
do por el poco envidiable nombre de poeta del pueblo, llegó a
creer que su misión era divorciarse de los arduos compromisos
con la más alta inspiración lírica y convertirse en el coplero
nacional por excelencia.
Y no es que yo repudie por completo ese linaje de poesía
que, en ocasiones, suele tener un íntimo sabor a terruño y un
entrañable aire de patria. En Lope, en Lorca y en Pombo, por
ejemplo, se encuentran estrofas y poesías enteras que parecen
haber brotado sobre las tapias, como esas flores espontáneas
qué son hijas exclusivas del viento y de la lluvia, y que la tie-
rra ofrece al cielo como recuerdo de la primitiva inocencia del
mundo. Pero este arte populista, como ahora se dice, suele ser
engañoso y contener más deliberada intención y propósitos es-
téticos de lo que el vulgo suele imaginarse. Engañan, es ver-
dad, con el miraje de la facilidad, y van dirigidas directamen-
te al corazón, como aquella saeta que empuña el ángel fren-
te a Santa Teresa, en el grupo de Bernini; pero ello no quiere
decir que hayan surgido sin trabajo ni elaboración. Al contra-
rio. Suelen ser luminosa síntesis de la experiencia sentimental
de un pueblo, o esquemas perdurables de su modalidad psico-
lógica. Allí está El bambuco de Pambo, como ejemplo excep-
- X -

cional. Raras veces alcanza Flórez este sentido de lo popular.
En cambio, suele abusar de esa otra clase de espontaneidad
desqreñada, que no es más que la traducción inmediata y casi
irresponsable de estados emotivos elementales. Para muchas
críticos desventurados, y, en general, para la inocente y peli-
grosa multitud, eso es fluidez, auténtica inspiración y poesía
verdadera. Dejémoslo así. Se pueden discutir hasta las afirma-
dones teológicas de un alma en la plenitud de la gracia, pe-
ro no las preocupaciones instintivas de la ignorancia, que sue-
len ser tan inmodificables como los planes de la Providencia.
Con todo, convengo en que todavía puede excusarse esa ma-
mera de poesía, y en este sentido Flórez les hizo mucho bien
a las gentes de sensibilidad rudimentaria. Pero no está allí el
verdadero poeta a quien yo intento rehabilitar por medio de
estas líneas.
Efectivamente, tiene FIórez momentos de inspiración que
recuerden a los grandes poetas de otras razas. No exagero.
Por supuesto que estos momentos no son frecuentes, pues uno
de los lados flacos de la poesía de Flórez, considerada en su
conjunto, es la desigualdad en cuanto a la ejecución y en cuan-
to al mérito intrínseco de sus creaciones. Si Flórez conservara
siempre el arrebato que suele caracterizarlo en ocasiones, se-
ría uno de los mós extraordinarios poetas de América; pero
el romántico colombiano decae con lamentable frecuencia y
siempre con ejemplar celeridad, hasta rasar el suelo del más
pobre y humilde prosaísmo. Pero  ¡cuánta magnificencia en la
mitad de su vuelo! ¡Con qué brío sabe encumbrarse hasta las
regiones tempestuosas del espíritu! ¡Cómo baja a los abismos
del alma, donde habitan los ángeles rebeldes, y cómo sabe
robarles el grito y la imprecación, para atronar el mundo y
hacerle violencia al firmamento! La palabra inspiración, que
empleé al principio de este párrafo, cuadra a Flórez en toda
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la plenitud de su hipotético significado, según la acepción ro-
mántica. Es decir, especie de inconsciencia creadora, de lumi-
noso delirio del alma o de relámpago intuitivo que va a ilu-
minar el caos interior. Flórez era incapaz de aquella suerte
de redacción discursiva y lógica a que recurren otros poetas y
que no excluye, por cierto, ni la emoción ni el sostenido to-
no lírico. No es posible imaginarse a Fallon escribiendo su mag-
nífico canto a la luna en el fulminante minuto de un arreba-
to sibilino. No. En esa poesía, que probablemente exigió me-
ses de elaboración, y aun años, hay ideas pensadas con labo-
riosa lentitud, y el engarce o encadenamiento todo de la com-
posición, en una palabra, su construcción, no podía ser obra
de ninguna especie de fiebre improvisadora. Pero el supremo
arte de Fallon consiste en borrar toda huella de trabajo y eli-
minar las etapas del proceso preparatorio, para ofrecemos su
poesía como producto de un acto divino de la inteligencia, to-
da leve, inefable y candorosamente cargada de intenciones me-
tafísicas, como si antes de ella no hubiese habido en su espí-
ritu sino un silencio precursor, y ese silencio hubiese cuajado
de súbito en orbes luminosos de acompasado movimiento. No
acontece lo mismo con Flórez. Tiene que descargar toda su
potencia creadora dentro de un solo y continuo rapto de su
imaginación, sin interrumpir el trabajo lírico, porque entonces
la materia poética se enfría entre sus manos y se convierte en
ripio verbal o fatuidad declamatoria. Sobre todo en esto últi-
mo. Cuando el autor de La Araña no logra dar plenitud ex-
presiva a un pensamiento grande que hinche su conciencia, en-
tonces suple la verdadera fuerza lírica, que es siempre sen-
cilla y como “cerrada" en su forma, en el sentido de que
idea, lenguaje e imágenes forman unidad indestructible, co-
mo en la mayor  parte de las estrofas magníficas de Pambo,
por vanos arranques grandilocuos, que intentan asombrar al
- XII ~

lector y le dejan frío, como suelen dejarle los relámpagos y
truenos artificiales con que, detrás de bastidores, se acompa-
ña el aparato de un melodrama. Dejo al lector inteligente que
haga las comprobaciones del caso, recorriendo con espíritu re-
flexivo la extensa obra poética de Flórez.
Me parece que la explicación de estos dos fenómenos lite-
rarios, tan frecuentes en el gran romántico colombiano, o sea
su incapacidad para reanudar el esfuerzo lírico, con idéntica
intensidad, después de una pausa, y su tendencia a la rimbom-
bancia retórica, proceden de que Flórez no fue un hombre de
cultura intelectual intensa. Tampoco creo que fuese un igno-
rante, como se ha llegado a afirmar. En todo caso, sus lectu-
ras fueron parcas, y su preparación universitaria deficiente.
Su mismo método de vida, si método puede llamarse el azar
de la bohemia, le impidió toda disciplina seria en orden al
perfeccionamiento intelectual. El medio pacato y pobre en que
se movió casi siempre, no era muy a propósito para "vivir pe-
ligrosamente", en el sentido de la agonía dramática o del ries-
go heroico, sino para consumirse en mediocres, angustias o en
necesidades ínfimas, de esas que deprimen el ánimo en lugar
de exaltarlo. Menos mal que su sensibilidad era como una ca-
ja de amplia resonancia donde hallaban eco tremendo, mu-
chas veces falso, circunstancias que, en realidad de verdad, no
eran más que contratiempos caseros. Pero en fin: ya es algo
poder metafisiquear con cualquier pena o conflicto, y elevar
ontológicamente a calidad inseparable del hombre universal,
nuestras mediocres y personales pesadumbres.. Esa, por otra
parte, es pretensión de todo poeta. Algunos lo consiguen, co-
mo Leopardi, cuando a la inspiración individual juntan la ca-
pacidad especulativa. Otros, como nuestro Silva, hombre do-
loroso en el fondo, si los ha habido, en lugar de proyectarse
al infinito; buscan las rutas transversales de la ironía y  del
- XIII -

sarcasmo. Flórez se encara seriamente con lo trascendental y
metafísico, y en lugar de convencernos de que su angustia es
lo nuestra, sólo consigue ofrecemos su dolor como un caso ab-
solutamente privado e individual, aunque no por ello menos
intenso. ¿La razón de esto? Porque, como ya lo enuncié, aque-
lla inquietud, sincera en su raíz, al ascender hacia la clari-
dades eternos del arte se convierte en declamación. No siem-
pre, claro está. Y la explicación única de eso consiste en lo
que dejé apuntado arriba: en lo escaso cultura del poeta. El
creía sinceramente que la inspiración era don gratuito de lo
naturaleza, y que las lecturas, el estudio, lo reflexión, lo des-
virtuaban o adulteraban. Faltóle, pues, el apoyo de las ideas
generales, de los conocimientos humanísticos, de la erudición
científica, cosas todas que, en lugar de desviar la onda lírica,
la refuerzan, la apoyan y la enderezan a los fines altos que
se ha propuesto el poeta. Con Pombo ocurre lo contrario de
Flórez. Mientras más alta es su concepción intelectual, o más
profundo el cauce de su sentimiento, el lenguaje se hace más
leve y transparente, dentro de su densidad, y la estrofa va ce-
rrando como una flor irreprochable, hasta lograr la unidad de
una estrella. Pero es que en Pombo había, fuera del poeta na-
tivo, un filósofo, y, además del filósofo, un hombre profunda-
mente capacitado para la meditación religiosa, circunstancias
que le permitían entrar en la zona de lo trascendental como
en morada propio o en alcázar frecuentemente habitado. Fló-
rez no fue hombre religioso, a lo que yo creo, en el sentido
de que viviera sus creencias como uno necesidad de su tempe-
ramento o de su espíritu, como sí acontece con el cantor de
Elvira Tracy, para quien el mundo era belleza física pero tam-
bién espejo de lo hermosura divina. Flórez, católico en el fon-
do, y sujeto de creencias privadas rectamente ortodoxos, men-
taba a Dios a cada rato en sus versos, pero al estilo románti-
- XIV -

co, si se me permite lo expresión, o como solía hacerlo en ca-
da línea de sus escritos Victor Hugo, pagano por temperamen-
to, e impenitente final. Quiero decir que para estos dos poe-
tas, cuyos órbitas se acercaron en más de una ocasión en ese
vago limbo del deísmo sentimental y panteísta, Dios era una
como fuerza cósmica del universo, o como la representación
impersonal de la bondad difusa en todos las cosas, o como la
imagen espléndida, reflejada en diversas apariciones históricas,
de ese sentimiento de justicia o de misericordia que parece
constituir el fondo de todos los seres humanos, o, a lo más, co-
mo un iluminado superior o un visionario que proyectó sobre
el mundo el rayo de luz de una moral incomparable. Y yo siem-
pre he creído que el arte, en sus formas excelsos, tiene siem-
pre algo de reliqioso, y que ese algo no emano ni puede ema-
nar de vagos y acomodaticias concepciones de lo divinidad, si-
no de una creencia con bases dogmáticos, y que sea como la
raíz última y como la flor primera del arte y de la vida.
Dentro del orden puramente humano, o, más concretamente,
dentro de los realizaciones estéticos, el repentismo de Flórez
me lo explico como consecuencia de aquello falta de estructu-
ra mental sólida a que antes he aludido. Efectivamente, sólo
las inteligencias que gozan de los insustituíbles elementos de
la cultura, pueden organizar el trabajo mental con reposo y
certidumbre, volviendo sobre su propio tarea sin miedo de ha-
ber perdido la inspiración en los intermedios del descanso o en
los dilatados pausas que a veces exige la vida. Los otros, no.
Los otros tienen que realizar la totalidad de su faena en el
breve espacio de una emoción, así como el caminante noctur-
no aprovecha la súbita iluminación del relámpago para buscar
el camino, rectificar lo vía y orientarse premiosamente en el
panorama flotante de la llanura. No hago ninguno revelación
al recordar que el Fausto, por ejemplo, fue obra de toda lo vi-
- XV-

da de Goethe, y que este mismo poeta recomendaba ¡cosa ex-
traordinaria! no escribir en el instante mismo de la emoción,
sino esperar a que ésta se enfriase y hubiese dejado de reper-
cutir directamente sobre la sensibilidad. Así. decía el creador
de Ifigenia, se puede proceder con lógica dentro del mundo
confuso del sentimiento, discriminar analíticamente las pro-
pias emociones y aprovechar para el arte lo que hay en ellas
de más humano y universal, dejando el resto para aumentar
ese patrimonio de inconformidad, de dolor o satisfacción de
que se alimenta la vida diaria de los hombres. Naturalmente
que esta antinomia u aposición aparente entre los fríos dictá-
menes de la razón y el vibrante reclamo de la sensibilidad del
genio, herida por un choque vital cualquiera -fuente de to-
do arte- sólo es posible en el ancho ámbito de una inteligen-
cia universal, dueña de lo pequeño y de lo grande, de lo fugaz
y de lo permanente, de lo temporal y de lo eterno; al mismo
tiempo que señora del cálculo y de la emoción, de las vagas
intuiciones y de las certidumbres soberanas, de las minucias
de la composición y de las exigencias de la técnica; así como
de aquel misterioso don de la síntesis, tan peculiar a todo ar-
tista de genio, que puede reducir de pronto, a espléndida uni-
dad, las voces confusos del universo, las aspiraciones del al-
ma y las irrevocables certidumbres de la conciencia.
Refiriéndome ya al presente volumen de versos, bautizado
con el bello nombre de ORO Y EBANO, y que está integrado
por composiciones de Flórez, inéditas en su gran mayoría, diré
que es la mejor colección de versos del poeta colombiano, o
aquella que ofrece menos saltos y caídas en su inspiración.
Aquí el tono es uniforme y sostenido dentro de aquellas condi-
ciones fundamentales del arte de Flórez, que provenían de su
especial genialidad, de la escuela literaria en que hubo de for-
marse, y de la época, elemento este último que es necesario
- XVI -

tener muy en cuenta al estudiar al autor. Por lo menos, no
hay en esta colección lírica ni canciones fútiles, ni estrofas de
ocasión, ni mucho menos las consabidas improvisaciones que
tanto perjudicaron el buen nombre literario de Flórez. Aquí to-
do es serio, y si no se puede decir que todo sea excelente, al
menos hay que convenir en que las composiciones del presen-
te volumen tienen un carácter de decoro poético que satisfa-
ce y puede colocar el nombre de Flórez en el sitio que le co-
rresponde coma gran lírico, y no sencillamente como trovador
popular.
Hay una circunstancia personal que explica este nuevo to-
no. Flórez, en la época en que escribió estas composiciones, vi-
vía tranquilamente en Usiacurí, pueblo pintoresco y amable de
la costa atlántica, y había formado un hogar respetable y era
poseedor de una decorosa fortuna pecuniaria. La bohemia bo-
gotana había arruinado su salud y él recurrió a ese geórgico
retiro en busca de aguas medicinales y de tranquilidad espiri-
tual. Obtuvo ambas cosas, con buen resultado para su orga-
nismo y para su alma. En Usiacurí comenzó una nueva vida, y
al par que la salud física, sintió renacer las fuerzas creadoras
de su espíritu. Los amigos de la Gruta Simbólica quedaban bien
lejos, sumergidos cada vez más en su bohemia barata y en su
equívoca profesión de lunáticos. Él había vuelto los ojos a la
naturaleza, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos,
salud de los enfermos, como que en ella hay también algo de
esa maternal providencia cantada en las Letanías, y la buena
tierra premió el retorno del hombre arrepentido, dándole casa,
mujer, hijos y ganados. Otra cosa le otorgó, más preciosa qui-
zás que las comodidades personales, y fue el privilegio de la
meditación. Flórez había sido un poeta poco introspectivo, no
obstante sus aparentes alardes de reflexión interior, que for-
maban parte de la retórica romántica. Nunca, en realidad de
- XVII-

verdad, había estado frente a sí mismo, si no era para decir-
nos su eterno monólogo sobre el amor desesperado. En medio
de los campos se verifica para el poeta aquella aparición a que
tenemos que asistir alguna vez en la vida: la aparición de
nuestra propia alma. El poeta la descubre por fin, y se con-
vence de que no era aquella animula de sus noches juveniles,
que se le quejaba como una mujer malamente enamorada, si-
no un ser de naturaleza radiante, que lo había estado espe-
rando a las puertas de la vejez a fin de embellecerle el mundo
para sus últimos días, y prepararlo para aquel cambio de paisa-
je que es la muerte. Entonces el poeta canta con voz distinta,
pero ya su pasmo ante la naturaleza no es el de antes, especie
de sensual y frenético contacto con las cosas, sino una amis-
tad profunda con los seres vivos y un franco estupor ante los
aspectos eternamente nuevos de la tierra. Para este don Juan
marchito, resurgen todas las virginidades de que no había te-
nido idea, pero que acaso dormían, como ángeles pequeños, a
la sombra del árbol del paraíso. La virginidad de su propia alma ,
la virginidad del paisaje y la virginidad de la aurora, de
esa aurora que él había contemplado con ojos turbios en los
grises amaneceres de Bogotá, y que ahora no comparaba con
la cortesana que se despereza entre cortinajes de púrpura, sino
con el alma inmaculada de sus hijos. Flórez, en una palabra,
ya era un hombre.
Quien conozca las antiguas colecciones de versos del poeta
colombiano, y lea ahora este libro, advertirá todos los grados
y matices de esa profunda transformación. No quiero decir
que el autor de ORO Y EBANO aparezca en estas páginas fun-
damentalmente distinto del que siempre fue. Milagros así no
se realizan todos los días, y es preciso poseer un espíritu de po-
sibilidades geniales para mostrar, en cada libro, una faz iné-
dita. Sólo en las fraguas de Vulcano, que Apolo visitó personal-
-XVIII-

mente, pueden un Dante, Shakespeare, un Goethe, forjar la
máscara de hierro, la de oro y la de plata, para revestir las va-
rias apariencias de su alma. Los otros poetas suelen tener una
sola careta para los diversos actos de su drama cotidiano. Fló-
rez es de estos últimos, con la diferencia de que su postrer
disfraz deja adivinar todos los movimientos de su rostro y se
asemeja más a la túnica simple que visten los esposos de la
muerte. Con afecto, éstos fueron los últimos versos del poeta,
guardados hasta hoy con cariño filial por sus descendientes, y
destinados a hacer resplandecer una nueva y acaso perdurable
primavera sobre su nombre, en esos días angustiosos, en que
una concepción neorromántica del arte y de la vida quiere ha-
cer de todo lo escrito por el hombre un reflejo de las angus-
tíos personales y un eco sincero de la desesperación universal.


RAFAEL MAYA
- XIX -

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Todo el texto en imágenes, como esta,  ir a: 
https://picasaweb.google.com/111515077843964359836/FundacionPlenilunioCaliPrelecturaYTallerEnero92013#slideshow/5831621750342482786
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PARTE DE ESTE PRÓLOGO 
y el poema " La gloria de las alas"
se publicaron en
LECTURAS DOMINICALES, EL TIEMPO, Marzo 27, 1966 


Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana.

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VER: 
http://news.google.com/newspapers?nid=1706&dat=19660327&id=ot4cAAAAIBAJ&sjid=qGMEAAAAIBAJ&pg=6237,4130415
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Julio Flórez, fotografía, en Medellín

Por B. de la Calle, una de las últimas del Poeta
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MENSAJES y COMENTARIOS

De: Gloria Serpa-Flórez de Kolbe

Fecha: 10 de enero de 2013, 17:34
Asunto: Re: Julio Flórez, Preámbulos a los 90 años de su muerte ... 
Para: NTC ntcgra@gmail.com

Excelente página la que hoy publica NTC ... sobre el poeta Julio Flórez, en las celebraciones del 90. aniversario de su muerte.

El prólogo de Rafael Maya es una de las más importantes páginas a la vida y obra de Julio Flórez, un análisis serio, severo y conciso, que hace justicia a la magnitud del arte poético del poeta colombiano.

Pueden pasar las generaciones, las modas de poetizar, pero las palabras de Julio Flórez siempre llegarán al alma y al espíritu de los que lo saben comprender.

Gracias, NTC ...

Gloria Serpa-Flórez de Kolbe
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