lunes, 7 de enero de 2013

"Todo nos llega tarde ...". Julio Flórez. Biografía. Gloria Serpa-Flórez de Kolbe. Ed. Planeta. 1994

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COMPLEMENTACIONES y DESARROLLOS DE:
"Todo nos llega tarde". Julio Flórez. Biografía. Por Gloria Serpa Flórez de Kolbe. Planeta 1994.
http://julio-florez-ntc.blogspot.com/2010_08_08_archive.html
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"Todo nos llega tarde ..."
Julio Flórez
Biografía

Gloria Serpa-Flórez de Kolbe

Editorial Planeta. 1994
Segunda edición: Abril de 1995
Gloria Serpa-Flórez de Kolbe 

Munich, noviembre 16 de 1990 


 En mayo de 1975 viajé a Barranquilla a conocer a los primos de
mamá, los Flórez Moreno y para pedir les que me prestaran su
colaboración en la biografía de su padre. Ese fue el primer
contacto directo que tuve con mi tío abuelo Julio Flórez, el poeta
colombiano, sobre cuya vida era mucho lo que se había especulado,
mucho lo que se había escrito y muy poco lo que se conocía de su
verdadera realidad. Desde el instante en que ellos me llevaron a
Usiacurí y palpé el ambiente qué lo acogió cuando él voluntariamen-
te se quiso retirar del mundo y recluirse en esa aldea olvidada de
Colombia, comenzó a florecer en mí una fuerza que me ha sostenido
a lo largo de todos estos años, sin desmayo posible, a pesar de lo
monumental de la obra que me dispuse a acometer: la historia de la
gloria de un poeta colombiano.

Yo me sentía programada desde la cuna para escribir este libro.
Siempre me creí la depositaria de las musas para sacar de las tinie-
blas la verdad que encierra la vida de este romántico que se conoció
y juzgó en su época. Flórez fue el representante de nuestro hombre
andino, de su raza oprimida. Un inconforme profundamente triste,
inerme, sin voz. Tal y cual es nuestro pueblo colombiano.


Al mismo tiempo que tratamos de reconstruir la visión que de Flórez
se tuvo en su tiempo, entendemos el proceso del colonialismo colom-
biano. Al mismo tiempo que nos sulfuramos por la incomprensión de
la Iglesia hacia las tendencias universales de uno de sus fieles cató-
licos que militó desde el bautizo en sus filas, entendemos el porqué
del triunfo de las instituciones, que son siempre, en Colombia y en
nuestros países latinoamericanos, las ganadoras.


Traté de hacer consciente lo que había vivido siempre como natural
en Colombia: las estructuras de su sociedad; las dificultades por las
que atraviesan los recién llegados de provincia; de los que tratan de
reaccionar contra la opresión política, y por eso son tachados de
revolucionarios; de los que no se dejan encasillar dentro de los con-
ceptos personales que algunos miembros de la Iglesia quieren impo-
ner a la religión y a la política, y caen bajo el anatema del ateísmo y
la blasfemia.


Y entonces entendí la verdadera base para la popularidad de Flórez.

Por otro lado, encontré que la personalidad de Flórez es nuestra
máxima expresión humana del fin del siglo XIX El cansancio, la me-
lancolía, la rebeldía en contra de los padecimientos que la política
quiere imponer a los ciudadanos, empujándolos dentro del fragor de
luchas fratricidas en interminables guerras civiles. Todo esto va uni-
do involuntariamente a lo que algunos conocen como "la deprava-
ción del concepto del romanticismo
".

Porque si a Flórez se lo consideró como un depravado, si tuvo que
sufrir el castigo del ostracismo por querer enfrentar los conceptos
establecidos por la sociedad y por la Iglesia católica; si fue conde-
nado a vagar durante dos años sin rumbo por Centroamérica por
desacuerdos políticos y luego fue enviado más lejos aún, entre los
leones de la civilización y los refinamientos europeos, a esto precisa-
mente se tiene que agradecer el que el poeta haya tenido la oportu-
nidad de mirar fuera de los estrechos horizontes de su amado país.
Al suspirar por su patria, respiraba sin comprenderlo, la tranquili-
dad de haber dejado las rejas de la estrecha cárcel de los convencio-
nalismos sociales y las murmuraciones pueblerinas echadas a rodar
por las pequeñas pasiones, y quizás entre ellas, los pesares de la
gloria ajena. 

Flórez al regresar; resuelve retirarse.

Fueron dos grandes razones las que movieron al poeta a no querer
volver al ambiente citadino que lo llamaba desde la capital con sus
cantos de sirena. Dos razones que lo condujeron a encerrarse en
Usiacurí, pequeño pueblo de la costa colombiana; su enfermedad y
el hastío del ambiente socio-cultural colombiano. Ya Flórez no enca-
jaba dentro de los poetas nuevos que tenían hechizada a la crítica
con sus ambientes asiáticos y arábigos; que la transportaba sobre
lomo de camello, a buscar princesas de ojos azules, castillos de cris-
tal y desiertos orientales. Nuestra sociedad de principios de siglo era
casi tan colonialista como lo fue desde el siglo XVI, y tal vez un poco
menos de lo que hoy continúa siéndolo.


Este trabajo ha sido fascinante. Y a medida que lo he ido creando, he
ido entendiendo mejor el tejido de todos los grandes males que han
aquejado a nuestra sociedad colombiana. A esa generación que se
crió al sabor de la sangre que se derramaba en los campos y en las
calles de la ciudad, y al olor de la pólvora que diezmaba sus familias
de seres humanos, carne de canon en luchas políticas sin ninguna
razón ni justificación.


Generación de alas mutiladas por la incomprension de una sociedad
encerrada dentro de sí misma, y por las necesidades de gentes incul-
tas que, para surgir de la masa y alcanzar algún poder en el gobier-
no, necesitaban tronchar con sus rudas botas sordas, los cuellos de
los cisnes.


Para entender la poesía de Flórez con su infinita tristeza, necesita-
ríamos haber padecido treinta años de constante estado de guerra,
hambre y necesidad. Leer a Flórez desde los blandos almohadones
de los salones perfumados tal vez era enfrascarse en voluptuosidades
y en morbosidades muy propias de la época, pero sentir los dolores
de Flórez en carne propia, no lo lograban sino los que, como él,
tenían el dolor grabado en la sangre. No eran, precisamente los que
habían viajado a Europa, ni visitado museos, ni aquellos que vivían
en la abundancia y jugaban al croquet en los prados de sus hacien-
das para quienes escribía el poeta. Era para los que, como él, habían
logrado palpar el dolor de una raza sometida y desvalorizada. Redu-
cida a una pseudo esclavitud y que solamente lograba sonreír cuan-
do le tocaban lo más sensible de sus vidas: las cuerdas más sensibles
de su corazón.


A los limpiabotas y emboladores públicos de zapatos que todavía
recitan estrofas olvidadas de Julio Flórez; a los campesinos que aún
rasgan en su tiple las coplas dolorosas del vocero de su raza; a las
lavanderas del río que agotan sus manos tratando de lavar las culpas
de sus señores feudales mientras cantan los versos del poeta recibi-
dos por tradición oral. A todos ellos y a mis nietos, sangre de la
sangre de Flórez, va dedicado este pequeño trozo de la historia na-
cional.



Gloria Serpa-Flórez de Kolbe 

Munich, noviembre 16 de 1990 
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"Todo nos llega tarde ... "

Las ondas se balancean suavemente sobre la superficie rizada de
ese lago viviente. Hermosas mujeres vestidas de gasa y con
sombreros de pastora y sombrilla, se reflejan en el agua. A tra-
vés de los ojos entrecerrados, Julio Flórez las vislumbra como en un
sueño: mujeres bellas, patéticas en sus expresiones que, llenas de lá-
grimas, estrujan sus pañuelos de encaje al paso del poeta moribundo.
Tal vez alguna se desgonza desmayada.

Lo rodean también los intelectuales del país; sus admiradores; los
personajes importantes de la sociedad, la cultura o el gobierno. Y el
pueblo, "su" pueblo, que también estaba presente para acompañarlo
en la apoteosis final. Todos juntos se apretaban a su paso, mientras él
avanzaba en andas sentado en el sillón que transportaban sobre hom-
bros sus amigos, para traerlo de regreso desde el trono construido
especialmente para la ocasión, en el terruño frente a su pequeña casa.
No es el Papa el que imparte bendiciones desde lo alto en su recorrido
en hombros del Palacio Vaticano hasta la Basílica de San Pedro en
Roma. Es el ídolo del pueblo colombiano de rostro deformado por la
enfermedad y sienes coronadas de laureles. Es el hombre que supo
interpretar el sentimiento nacional con su poesía sensible y dolorida.

Las andas en que llevan de regreso a Julio Flórez alzado en una silla,
avanzan con cuidado y dificultad, abriéndose paso por entre la mu-
chedumbre. La silla se balancea como una barca sobre la superficie
de un lago viviente. El camino desde el escenario de la farsa de la
coronación, hasta su casa de barro y tejas, fue muy largo a pesar de
ser muy corto. El poeta en silencio, escuchaba sus propias palabras,
declamadas en los escenarios más luminosos de Centroamérica y Eu-
ropa: "Todo nos llega tarde ... ".

Veintitrés días después de esa coronación tardía y retrasada por trein-
ta años, muere Julio Flórez en su casita aldeana.

El pueblo colombiano todavía lo está llorando.


"Flórez es uno de nuestros poetas más originales ... El genio
lírico le viene por algo que me atrevería a llamar herencia
patológica, de la cual están contaminados también sus hermanos".

CARLOS ARTURO TORRES
1898

"Mi padre era algo indiferente en materia religiosa; pero mi
madre era muy cristiana".

JULIO FLÓREZ
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...  CONTINUARÁ
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